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LIBROS DONDE PEDRO: PEDRO BONILLA BONILLA FERIA MODELO DE OVALLE FONO: +56 9 2387 0853

En nuestro país no abundan las librerías. Es más, hay ciudades en donde lisa y llanamente estas no existen. En nuestra ciudad, Ovalle, hay un punto popular y antiguo donde se puede encontrar una buena variedad de títulos y revistas, tanto nuevos como usados: “Donde Pedro”.  Y se le encuentra en la Feria Modelo, en la sección paquetería. Y lo ha sido durante 35 ó 40 años. El cómo surge y se mantiene durante todo este tiempo,  es una interesante historia, historia que refleja el ingenio  y la voluntad de muchos emprendedores.

Durante cuatro décadas, Pedro Bonilla ha estado ligado a la Feria Modelo de Ovalle. Y este contacto se inició cuando Pedro era aún un niño. En ese entonces vivía junto a su madre, que era maestra de cocina,  en la avenida David Perry, lugar donde fueron traslados los feriantes que antes trabajaban en la Alameda de la ciudad. En el nuevo lugar de la Avenida David Perry, y dado que pasaba la mayor parte de la jornada sólo, pues su madre trabajaba durante todo el día, Pedro Bonilla entró en relación con el rubro de los feriantes, prácticamente desde la madrugada, primero cuidando puestos de verdura, ayudando y jugando en el sector. Incluso reconoce él mismo que como niño gustaba de sacar deliciosas uvas y otras frutas a hurtadillas para comerlas allí mismo. Pero él, siendo niño en condición de pobreza severa,  comenzó a aspirar un ansia de libertad e independencia que no cuajaba al ser él un colaborador sujeto a la voluntad de los dueños de los expendios de frutas y verduras. No le gustaba ser mandado.  Él se había percatado que había personas que se instalaban sin mayor trámite a vender frutas y verduras. Eso hasta que un día, con el pago recibido decide incursionar él mismo en un primer negocio propio: Compró dos sacos de choclo y resolvió instalarse a la entrada de la feria, al lado del Colegio La Providencia, casi frente a  la comisaría Carabineros, para comerciar con el numeroso público del sector. Pedí permiso en un puesto, y me puse al lado de ellos con mis choclos Y rápidamente los vendí. Y me gustó, dice. Era bonito y rápido de vender. Al terminar la temporada del choclo, siguió con otras verduras y frutas.  Transcurrido un tiempo,  se consiguió un carretón y salió a vender verduras recorriendo las calles. Y se hacía acompañar de su hermana menor. Aunque su madre le decía que no lo hiciera pues eran demasiado niño aún: 12 ó 13 años él y su hermana con 6 ó 7 años de edad. Pero yo, terco, me fui no más a vender. Y me iba bien. Vendía y ganaba. Era duro andar todo el día con el carretón, pero valía el esfuerzo. Lo que me perjudicó fue mi poca experiencia y ser “buena onda” con las clientas. Las viejitas me decían: “hijo, déjeme y mañana le pago”. Y yo les creía. Al otro día pasaba por esa casa  y a pesar que no me pagaban, les volvía a dejar pues me prometían que mañana si me pagaban todo. Cuento corto, dice, me fui a la quiebra. Perdí el capital y perdí un poco de la confianza ciega que tenía en la gente. Es cierto que algunas caseras me cumplían, pero la mayoría, no. Y así no hay negocio que aguante. Y me vi sin plata. Y llegó la vuelta del año con la temporada de choclos y yo no tenía dinero para comprar. Y me dije: ahora, ¿qué hago? Y resultó que a mí me encantaba leer, disfrutaba leyendo. Leía todo lo que caía a mis manos. Generalmente revistas y libros usados, así tenía algunos libros a los cuales echar mano. En ese entonces, venía un señor de nombre Patricio, proveniente de Valparaíso y se instalaba a vender  antigüedades y libros en la feria.  Yo recordé que tenía unos libros de Julio Verne, de la Editorial Sopena, unos libros gruesos de 300 ó 400 páginas. Libros bonitos, bien conservados, buena presencia. Tenía 6 libros de Julio Verne. Y fui a vendérselos pensando en reunir lo necesario para comprar 2 sacos  de choclos. En ese tiempo un saco del producto costaba $ 1.500. Yo necesitaba tres mil pesos para iniciar de nuevo el negocio de frutas y verduras. Así que tomé mis libros y fui a negociar con él. Los tomó, los miró como de mala gana y me preguntó que cuánto quería por ellos. Huuummmm… No sé, le dije.  ¿Cuánto me da?, le pregunté. Me volvió a mirar, y me dijo: te doy mil pesos… No, pues. Es muy poco, le dije. Deme tres mil… Me devolvió los libros y me dijo, áspero y fuerte, “véndelos vo, po huevón”. Así me dijo, textual. Lo recuerdo muy bien. No esperaba una respuesta así, me descolocó, me puso a pensar, me dio rabia… Todo a la vez. Y le dije: “Claro que los vendo yo” Y me fui de allí. Y me senté frente al Colegio La Providencia, llevando los libros y sin intención de venderlos. Sin tener mucha idea de qué hacer. Me senté, con pena, abrumado, con rabia, y con los libros a un costado. Allí estaba cuando pasa un señor grande, gordo, de barba, y mira los libros. Y me dice: “Flaquito, esos libros ¿los vendes?… ¡Sí, claro! Salté de inmediato… ¿Puedo verlos?, me dijo. Yo se los pasé y él los miró con ojo atento, de conocedor.  Yo lo observaba. Veía la  manera como miraba los libros.  Y los miraba con gusto, con  grandes ojos que le brillaban. Y los volvía a examinar minuciosamente, como con alegría. Y finalmente me miró y me pregunto qué cuánto pedía por los libros.  Y yo le respondo que pido cinco mil pesos por todo. Yo sólo necesitaba tres mil, pero pedí cinco porque si me regateaba, le haría un descuento y quedarían en tres mil pesos. Él buscó en sus bolsillos, sacó un billete y me dijo: ¡toma: ahí están los cinco mil!… Y luego me preguntó si yo tenía más libros. Yo le contesté que sí, que tenía. En rigor no era verdad. No tenía ninguno más. Y este señor me creyó, y me dijo: ¡tráelos! La próxima semana vengo de nuevo… Y se me encendió la lucecita. Y ya no me fui a comprar choclos. No. Me quedó dando vuelta lo de los libros. Cuánto interés había demostrado este señor. Me había pagado más de lo que yo pedía. Entonces, no era mala idea vender libros. Había gente que estaba dispuesta a comprarlos. Y con esa idea en la cabeza, partí a la casa de familiares y amigos, preguntando si tenían libros que me prestaran o regalaran, pues quería leer. No les dije que eran para la venta. Y así comenzaron a pasarme y a regalarme libros y revistas de todo tipo, nuevos y usados. Y luego comencé a instalarme de manera ilegal, sin permiso, en la feria. Y comencé un nuevo negocio. Siendo aún muy joven. Y se vendían. Para mí era sólo un negocio. No era amor por los libros ni nada de eso. Era solo vender. Hasta que un día pasó un inspector municipal que había en la feria, el señor Juan Quevedo. Se paró frente a mí y me dijo: Flaco, ¿tienes permiso? No tengo, le digo. Y él me dice: entonces no te puedes poner aquí. Tienes que ir a la cola. Y la cola no era un buen lugar comercial. No era tan bueno como a la entrada de la feria. Pero para evitar problemas, yo le decía que sí, pero en cuanto se iban el inspector o se iba Carabineros, yo volvía a ponerme nuevamente.  Y así durante un tiempo, hasta que el mismo inspector me dice que por qué mejor no saco permiso. Es fácil y barato, me dice. Anda a la municipalidad. ¿Sabes qué? Dame tus datos, yo mismo te voy a hacer la movida. Y un par de día después, llega y me dice: Ya, flaco, estás listo con el permiso. Tienes que ir a la municipalidad a pagar, firmar y a retirar tu permiso. Era poco dinero, se pagaba dos veces al año y no había problema. Y así oficialicé mi condición de librero hace como 35 años. Tuve que tener un contador que me llevará la contabilidad.

Y también surgen otras personas que me ayudaron en el negocio. Recuerdo con especial afecto a Don Luis, del jardín botánico San Luis, que obviamente vendía plantas y árboles pequeños a la entrada de la feria. Y un día me dijo: Flaco porque no te llevas mis plantas en un carrito y vas cambiando plantas por libros. En Santiago se usa mucho eso. Yo te presto un carrito,  y las plantas me las pagas después, cuando tengas plata. Y así en los días que no eran de feria, empecé a recorrer poblaciones con un carrito con plantas. Y de nuevo me acompañaba mi hermana. Y la cosa resultó. Las señoras se mostraban encantadas con la idea. Se dejaban una linda planta o varías y me entregaban  dos o un montón de libros y revistas. A veces, en las primeras dos o tres casas que visitaba me llenaban el carrito de libros. Libros de todo tipo… Unos nuevos otros no tanto. Pero casi todos servían. A veces me daba la impresión que las señoras no hallaban cómo deshacerse de los libros. Y yo era la oportunidad para ello.  Luego al vender libros, le pagaba las plantas a Don Luis. Era un buen negocio que convenía a los dos.

UN ESCRITOR Y PROFESOR COMO CLIENTE

Uno de esos días de feria en avenida David Perry, en la década de los 80, como en 1985, aparece por allí, un señor bien vestido, educado y muy amable: Don Enrique Ugalde Santos. Yo no lo conocía para nada. Él miraba mis libros, preguntaba por precio, compraba y se iba. Y así varias veces. Era un buen cliente. Daba gusto atenderlo. Y en esa relación de comercio y de amistad que fue naciendo, un día el profesor Enrique Ugalde me pregunta: Flaco, ¿tú sabes de libros? Yo lo miré… ¿Qué había que saber de los libros? Los libros mientras se vendieran estaban perfectos para mí. Pero, por respeto, le pregunté por qué me hacía esa pregunta de si yo sabía de libros. Y con tono de profesor me dijo: Es que no puedes vender estos libros tan baratos. Y se refería a dos libros de Pablo Neruda, Obras Completas, en un estuche azul como de cuero. Muy bonitos. Y eran de Pablo Neruda… ¿Cuánto pides por ellos?- me dijo. Yo le respondí que mil pesos. ¡¡Mil pesos!!… ¡¡No puede ser!! No puedes vender estos libros tan valiosos a mil pesos, me dijo. Estos valen como mínimo diez mil pesos. Y yo no entendía. Si esos libros venían en un lote que yo había cambiado por unas plantas que costaban 100 ó 200 pesos. Venderlos a mil era buen negocio para mí. Entonces no cabía en mi cabeza pedir tan caro por algo que me había salido tan barato. Y él, mirándome con benevolencia, me dijo que no. Que había libros y autores de mucho prestigio que se podían vender a buen precio. Que era incluso una maldad que tú los regales a ese precio tan minúsculo. Que incluso estaba desprestigiando a los libros y autores con ese precio tan bajo… Y luego me dijo: yo, flaco, voy a pasar seguido por acá para apoyarte y ayudarte. Y fue verdad: este señor pasaba todos los días de feria y me enseñaba cada vez algo de autores y libros. Igual me compraba, claro. A veces me compraba y después me corregía los precios, dice sonriendo. Pero me enseñó. De él aprendí mucho. Y le agradezco siempre que me haya ayudado. Hoy los libros de autoría de don Enrique Ugalde Santos están agotados. Sólo hay ejemplares en la Biblioteca Municipal de  Ovalle. Don Enrique, antes que falleciera, me había dicho que me iba a entregar una autorización escrita, notarial, autorizándome para reeditar su libro “Mitos y Leyendas del Limarí. Pero se fue antes y no alcanzó a hacerlo.

Lo cierto es que mi pequeño puesto de libros se fue haciendo conocido.  Y comenzaron a llegar  clientes tanto a vender como a comprar. Y tuve que ponerme a leer, a estudiar más del tema. Yo estudié de manera formal sólo hasta 6to, básico. Después, ya adulto terminé, la básica y seguí en la media, hasta terminar el 3er año. Luego ya casado y con hijos, había que trabajar más y mejor. Y así pasando los años, llega, en los 90, el traslado definitivo de la Feria Modelo al recinto de lo que fue la otrora Maestranza de Ferrocarriles de Ovalle. Y desde entonces que Pedro Bonilla con su local “Donde Pedro” se ha convertido en un punto referente para los amantes de libros y revistas, generalmente usados, que están a disposición del público.

Toda esta actividad comercial era muy exitosa. Y esta bonanza duró hasta la década de los 90, llegando hasta el año dos mil. Hasta esos años era muy buena la compra-venta de libros. De hecho, dice, si yo hubiese tenido la visión de lo que iba a pasar con Internet, me habría convertido acaso en una persona pudiente, pero Internet nos sorprendió. No lo vimos venir. Y se acabó la magia. Mientras duró la bonanza del negocio, alcanzamos a comprar auto, casa y un terreno. Si era muy bueno el negocio. Además, yo era el único librero estable en Ovalle, con precios populares. Había otra librería en el centro, en la Galería Yagnam, pero con precios muy diferentes a los míos. A veces aparecían algunos intentos de librerías por aquí o por allá, pero pasado un tiempo, desistían. En cambio yo me mantuve siempre firme. Además que mi fuerte en el negocio ha sido siempre el libro usado. También vendo libros nuevos, claro. Pero a mis clientes les gusta eso de hurgar en mis estanterías, que aparecen como desordenadas y hasta descuidadas, pero es un descuido organizado, pensado para mis clientes y amigos que disfrutan buscando joyitas de su interés. Y las mamás y estudiantes eran muy buenos clientes antes de Internet. Mucho texto escolar. Tenía que encargar casi todas las semanas a Santiago. Pero internet, y la facilidad de conseguir libros, descargándolos, fue brutal para el negocio. Con el furor de la red, la venta decayó dramáticamente. Casi un 80 ó 90% menos de venta. Y había que continuar con el negocio, así que tuve que adaptarme. Aún conservo clientes fieles a los que les sigue gustando el libro físico. Si hasta personas más jóvenes tienen esta afición por los libros. Les gusta tenerlos en sus manos, leerlos sin necesitar una pantalla electrónica.

Donde Pedro, mantiene además, una práctica muy antigua, de viejos libreros, que es en cambio de novelas. Antes era muy común que personas fanáticas de unos libros de pistoleros o novelas rosa, llegaran buscando más ejemplares. Y yo tenía muchas de esos libros. Y llegaban con sus libros ya leídos y me los cambiaban por otros que les interesaban. Yo les cobraba una cuota por intercambio. Y era muy bueno. Hoy, esa práctica sigue vigente aunque a muy menor escala, dice. Hoy muchos de mis clientes son del mundo escolar que buscan libros pequeños, baratos y resumidos. Pero también está el cliente adulto que gusta del libro físico, nuevo o antiguo. Clientes que buscan joyitas, libros que ya no se editan, y a buen precio. Y me siguen llegando libros, a veces por cajas. Al parecer eran de personas que han fallecido, y muchos familiares lo primero que hacen es deshacerse de libros que fueron del difunto. Son cosas del negocio.  En esos casos, hay gente que me busca y me dice que tiene muchos libros que eran de su papá u otro familiar. Y quieren desocupar espacio, venderlos. Y así he llegado a casas en donde hay estanterías hasta el techo, llenas de libros. Una vez allí, comenzamos a negociar y generalmente ofrezco una cifra por todo el lote. Lo compro todo, sin excepción. Es una forma de revivir libros, de bibliotecas cuyo dueño ya no está, y que seguramente se alegrarían de saber que sus tesoros encontraron otra persona que los valora. Es la parte emotiva del negocio, dice.

En su local “Donde Pedro” de la Feria Modelo de Ovalle, Pedro Bonilla tiene una larga trayectoria librera. Con el paso de los años su actividad también estuvo ligada a la tradicional Feria del Libro de Ovalle. Allí participó durante varios años hasta que nuevas autoridades, más jóvenes y con otra visión, empezaron a buscar libreros foráneos, editoriales. Incluso recuerda una anécdota: Un año lisa y llanamente los organizadores lo dejaron fuera. En ese entonces, yo colaboraba con la directora de la biblioteca de Ovalle, la hoy ya fallecida, señora María Malebrán. La biblioteca pública se instalaba con un stand destinado a los niños, buscando así promover la lectura. Y era muy exitosa la experiencia. Yo colaboraba con ella regalándole algunos libros infantiles que luego ella entregaba con gran alegría a los niños y niñas que los recibían con gran entusiasmo.  Y esa vez que me dejaron fuera, yo le conté a la señora María lo que había pasado y que ese año ya no participaría. Ella muy indignada, toma el teléfono y llama a alguien, supongo que al mismísimo alcalde, y le reclama. Y lo hace con el énfasis, que seguramente le daban sus años en el cargo y la amistad de años con la autoridad de entonces. Ella cuelga el teléfono, y a los pocos minutos me llaman del municipio. Eran los mismos encargados de organizar la feria que me habían dejado fuera, que ahora me decían que mi puesto, mi cupo estaba disponible, que estaba considerado, que todo había sido un error, una equivocación.  Y así me mantuve un tiempo más, pero ya no participo de ella. Si lo hace mi esposa, quien también tiene su propia librería y negocio acá conmigo. Fue una linda experiencia los de las Ferias del Libro, pero ya no más. Los nuevos organizadores prefieren libreros nuevos, con novedades y editoriales distintas. Pero yo sigo en la feria modelo.

Y aunque se niega a incorporarse a las nuevas tecnologías, pues no su negocio no tiene ni Facebook ni Instagram, sí usa la mensajería  de wasap para mantener contacto con antiguos y nuevos clientes: +56 9 2387 0853.

“Donde Pedro”, librería, donde se haya una gran variedad de libros y revistas, nuevos y usados, es un punto de encuentro para lectores que buscan ese libro especial, que acaso por los años transcurridos ya no se ha vuelto a editar. Donde los escolares van y encuentran el texto que su escuela o liceo les ha incluido en la lista de lecturas. Donde en estantes y repisas atestadas de volúmenes, donde en un organizado desorden se pude buscar, hurgar y encontrar más de una sorpresa.

También y como una variante comercial que atrae público, Donde Pedro tiene a disposición de sus clientes una variedad de objetos antiguos y curiosidades, que resultan del gusto de coleccionistas y compradores ocasionales que buscan algo diferente y acaso único.

Pedro Bonilla destaca de manera muy especial el apoyo que le brinda su esposa, Elizabeth Gálvez. Dado que en la actualidad el negocio de los libros tiene un notorio descenso y hay días en donde no se vende, su señora Elizabeth está a su lado no sólo en el plano afectivo y familiar sino que también con su negocio de juguetería. Y en el puesto del frente, un local dedicado a las mascotas. Así, con una adaptación comercial acorde a los tiempos que corren, Pedro Bonilla y su esposa Elizabeth Gálvez, se mantienen firmes en la Feria Modelo de Ovalle con una librería, una juguetería y un local dedicado a las mascotas.

LIBROS DONDE PEDRO: PEDRO BONILLA BONILLA FERIA MODELO DE OVALLE. FONO: +56 9 2387 0853

 

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