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Teresa Zapata Muñoz “Era más amable, más linda la vida cuando no había plástico.”

Teresa Zapata Muñoz, a sus 76 años es integrante hace años del huerto comunitario de Ovalle, criadora de plantas que vende en el mercadito de Ovalle, y activa participante del Colectivo Suelos vivos, pero no siempre vivió en la cabecera provincial, nos cuenta que su mamá viajó en barco a Tocopilla junto a su hermano mayor y luego cuando ella ya tenía como 4 años y 5 de sus 6 hermanos nacidos, regresaron, a casa de la abuela Gregoria a la comunidad agrícola de la Coipa, emplazada más arriba del tranque Recoleta hacia la cordillera.

La casa tenía un huerto con diversidad de árboles frutales y la red familiar siempre cerca, pero después de nacida su hermana menor, su mamá se independizó con sus 6 hijos, y se dedicó a la crianza de cabras, pero igual solucionaba la vida en colectivo, porque recuerda que para hacer las compras por ejemplo, iban a Ovalle en burro con un primo materno con el que tenían la misma edad.

“Se usaban puros sacos no más, y amarraban los animales en la Alameda, y todo se compraba en papel, el azúcar se compraba en sacos de papel, y se llevaba todo en cajones que a la ida venían cargados con leña en el caso del primo y con queso en el caso de la mamá, se levantaban como a las 4 de la mañana, aunque no había reloj, por el canto del gallo se levantaban”.

“Se plantaba de todo, con la luna, y me acuerdo que cuando ya éramos grandes, mi mamá cambió varias cabras por una radio con tocadisco, que todavía yo la tengo guardada en un baúl, pero no sé si estará buena todavía, porque pal golpe yo me fui para el norte y mi hermano tuvo que irse a la Argentina, y quedó la familia en la casa, y ahí con los sobrinos se echó a perder, por el uso”

“Mi mamá cosía mucho con estas máquinas manuales, y le hacía los pantalones a los niños porque había mucha gente en la comunidad, muchos jóvenes, primos y con raso les hacía pantalones de fútbol y les tejía medias hasta la rodilla con espinas de quisco, y yo aprendí, si tú me pasas hoy lana yo te hago un par de calcetines. De hecho, hasta hace pocos años yo cosía delantales para vender en la máquina de mi mamá que era muy bonita de madera, con concha perlas, pero un día le echamos aceite y se puso dura y ahí la cambié por una eléctrica que me regaló mi hija.”

Recuerda que las espinas las sacaban de la quisca, que además de espinas gruesas da el illave, fruto muy rico, y todo eso ayudó a desarrollar un amor por el trabajo manual que no solo heredó ella, sino también su hija, por eso en el puesto de la plaza, junto con la reproducción de cactáceas, vendía bordados, muñecas que hacía su hija, tejidos, aunque ahora ha disminuido un poco la producción.

“Nosotros pasábamos la espina por agua caliente y la pelábamos, y después la metíamos a las brasas y la raspábamos de nuevo y quedaba la punta, yo todavía debo tener algunas en la casa, y es lo mismo que tejer con palillos, para hacer calcetines se ponen cuatro y se va tejiendo, podemos hacer un taller, porque yo todo me acuerdo y son cosas que se van perdiendo”.

Con la mamá la cocina era una aventura colectiva, cuando hacían humas, todos pelaban los choclos e iban a buscar leña porque lo hacían con leña, lo mismo que cuando iban a Ovalle la mamá traía un jurel grande envuelto en diario, y llegaba, lo fileteaba y lo freía usando la leña como combustible, y alcanzaba para dos días, recalentando las piezas que habían sobrado en el bracero, en cambio ahora los peces son chiquititos porque ha cambiado mucho la vida.

“Por ejemplo antes dejaba un paquete y ahí estaba, nadie se lo llevaba, o éramos más cariñosos, todos saludábamos, en cambio ahora la gente pasa por al lado de una y nadie saluda, pero yo, mis sobrinas todavía siempre saludamos, no importa si responde la gente”.

“Mi mamá mataba cabras y las hacía charqui y las guardaba para el invierno en un canasto, lo colgaba y lo ponía bien alto y lo tapaba con un paño de algodón que hacía con los sacos de harina. Hacía harto mote también, chuchoca, y porque se daba mucho el trigo cuando había lluvia, yo todavía tengo unas fotos de la última siembra de trigo que hicieron en la comunidad cuando había agua, porque dejé a mi hija cuando era chica porque yo trabajaba, con mi mamá y hubo una trilla y fueron a dar mote ahí a la trilla, así es que tengo fotos”.

Teresa recuerda que plantaban también porotos verdes que servían para la casa, pero también para las trillas, para acompañar el capado que se mataba y se servía junto con el mote. Todo se guardaba en canastos, el pan amasado se colgaba en canastos cubierto con un paño y así en general se mantenían resguardados los distintos alimentos. Los tallarines por ejemplo se compraban en cajones, y la harina el azúcar, en quintales, que duraban mucho tiempo, y si se acaban y aún no era tiempo de llevar quesos a Ovalle, iban a un almacén en los algarrobos y compraban por menor cantidad, pero siempre se envolvía todo en papel, costumbre que ella mantiene en su negocio, no usa bolsa plástica. Ya que ansía volver a esa vida, de hecho, un sobrino que lamentablemente falleció hace 9 años en un accidente laboral, la había invitado a volver a la Coipa, donde él criaba chanchos con un caballero a orilla de río, rescatando restos orgánicos de la feria y de escuelas del sector para transformarlos en alimento.

“Antes uno no generaba basura , yo por ejemplo estuve un tiempo adicta a la bebida, y lo dejé porque hace mal, pero iba a comprar y llevaba la botella de vidrio o de plástico pero era retornable, en cambio ahora todo es plástico y se tira, la gente va un lado y no sabe llevarse su basura… o esas cosas de halloween… yo no entiendo… mi mamita era re buena para armar árbol de Pascua, porque se lo regalaron y le gustaba armarlo y ahí está guardado en un baúl, porque desde que falleció ella, yo ya no armo, pongo en la puerta una cosita de género que hizo mi hija, y eso no más, porque no entiendo tanto adorno de plástico, tanta basura se cuelga, y se quema con el sol, igual que para el 18, quedan ahí todo en el pasaje y yo creo que se va a pasar el año y van a quedar las banderas puestas… a mí no me gusta, yo no entiendo”

Teresa piensa que las relaciones han ido cambiando, la gente ya no se llama, las familias se juntan menos, ya no se mandan tarjetas, ella las guarda como tesoros, porque le recuerda esos tiempos en que nos preocupábamos más unos de otros, y por eso al cierre del programa reitera su invitación a hacer un taller de tejer con espinas de cactus, porque hay que retomar los espacios de convivencia.

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