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Rosario Castro Vega “Antes del plástico, nos conformábamos con lo que teníamos.”

Rosario Castro Vega, tiene 74 años, nació en Cerrillos de Tamaya y vivió su infancia en la empresa minera Tamaya, así es que iba a la escuela en Cerrillos, aprovechando el transporte que disponía la empresa. Compraban en la pulpería, todo se vendía suelto, por kilo, se llevaban bolsas de género para adquirirlo, y los alimentos se guardaban para uno o dos días en las carniceras, que eran unas cajas de madera con mallas por los lados, donde se dejaban lácteos y carnes a salvo de moscas, ratones o lo que fuera.

“Yo prefería volver a esa vida a la que estamos ahora, porque era una vida muy tranquila, se dejaban las puertas abiertas, no tenías miedo que te iban a asaltar, tú podías andar en la noche a la hora que querías, salir a jugar, no pasaba nada… yo prefería eso”.

Rosario era integrante de una familia de 10 hermanos, con una madre muy trabajadora que aseguró que nunca les faltara nada, cariño, alimentación. Tenía 3 hermanos más adultos que aportaban a la economía familiar, y con los hermanos más chicos, jugaban todos a la pelota, a la ronda, a la rayuela. Si había juguetes, eran de madera que hacía el papá o muñecas de trapo que hacían ellas mismas. Aunque para la navidad, la empresa regalaba juguetes de otros materiales.

“Cuando nosotros ya éramos más adolescentes tuvimos conocimiento del árbol de navidad, y a unas ramas de pino que nos conseguíamos le poníamos adornos hechos por nosotros, con el papel celofán en el que venían los fideos luchetti o carozzi que eran los únicos que habían, y ahí inventábamos cosas y las colgábamos. Y abajo se ponían los regalos y era uno o dos regalos, que eran los de la empresa, no se usaba que regalara el primo, el tío, el abuelo… era el de la empresa y listo”.

Rosario contrasta la realidad de ahora, en que hay rumas de juguetes, todo se compra en tiendas, los niños hacen show para tener las cosas, ropa de marca o lo que sea y antes no era así. Ella vino a saber de marcas después de que se casó, pero ni ella ni sus hijos son marqueros, siguiendo el legado familiar, son sencillos, salieron buenas personas, los tres, todos profesionales.

“La ropa era solamente de algodón, y los manteles y las sábanas se hacían con los sacos de los quintales de harina y mi mamá usaba su máquina de coser que eran manual, y cosía de todo. Con las patas de un pantalón de adulto o de una camisa que se rompía, ella cortaba y lo dejaba corto, y hacía con lo que quedaba la ropa para los niños chicos. Se aprovechaba todo”

Amante de los libros, después de sacar su cuarto medio, hizo cursos y se preparó para ser bibliotecaria, oficio que ejerció por muchos años en la Biblioteca del Colegio San Juan Bautista, en tiempos en que aún no llegaba la tecnología y se estudiaba con libros. De hecho, hasta el día de hoy, en vez de ver televisión, antes de acostarse pone la música bajita y se mete en la lectura, acaba de terminar de leer “El buzón de las impuras”, ficción histórica del incendio ocurrido en Santiago en 1863 en la iglesia de la Compañía.

“Yo trabajé hasta hace 5 años atrás y los niños usaban mucho los libros, yo les aconsejaba que leyeran el libro, porque ya habían empezado a leer los resúmenes que estaban en internet, porque como que con el estrés se han acortado los tiempos. En cambio, antes no era así, mi padre tenía la costumbre de sacarnos a caminar, nos íbamos nosotros sobre todo en primavera, y hacíamos la maldad de sacarle los huevitos a los pajaritos, y disfrutábamos entre los árboles, los cerros, el agua, era una vida muy bonita”

Reconoce que Diógenes no era un papá afectivo, pero se hacía el tiempo para estar presente, en cambio la mamá, Orfelina, que todo el mundo conocía por la “Rubia”, era una persona muy cariñosa, que criaba animales, se levantaba a las 6, 5 de la mañana, y se aseguraba de producir la leche, el queso, la carne, para que a sus hijos no les faltara nada. Era una vida más sana, había tiempo para compartir tareas y juegos, no tenían televisión, sino hasta que llegaron a la ciudad, aunque en la empresa siempre tuvieron electricidad.

“Sobre la salud, habían menos enfermedades, resfrío común, gripe, influenza, pero mi madre era yerbatera, las tenía todas, así es que con pura hierba nos curaba, y además hacía masajes, era componedora, la gente no era asidua a los hospitales, se cuidaba en casa. En cambio, ahora se conocen cada vez más enfermedades, por ejemplo, el cáncer ha aumentado mucho, y yo creo que es por la contaminación, lo que comemos, las verduras que traen tanto insecticida, por eso uno tiene que tratar como pueda de sembrar en casa, yo tengo unas matitas de hierba, colgando de unos maceteros tengo unos zapallos, unas matitas de melón. Por eso participo también en el huerto comunitario, porque sembramos nuestros alimentos, en cajones, hemos sacado, zanahorias, betarragas, melón, puerros, y es bueno porque te relajas, te reencuentras con la naturaleza, todo natural como antes”
Su papá sembraba porotos verdes, choclos sandías, aprovechando un estanque de la minera que servía también como piscina y como reserva hídrica para las distintas necesidades. Y sabía hacer de todo, levantó la casa, hizo los muebles, la gente era más completa, por lo tanto, al comprar menos, la gente generaba menos basura, y toda se degradaba, entonces se hacía un hoyo y se enterraba. Porque no había plásticos.

De hecho, en temas más femeninos, por ejemplo, teñirse el pelo o algo así, no se veía; maquillaje, recuerda que tampoco, quizás la boca o los ojos, cuando adolescente, pero era muy poco. Cremas no se usaban, salvo ya más lola, que usaba la crema ponds, no se conocían los bloqueadores, cuando iban a la playa no se usaba nada, quizás un bronceador, mientras que la mamá usaba la crema lechuga de toda la vida, pero probablemente no con la misma fórmula de ahora.

“Ahora es poca la gente que aprovecha sus residuos, yo tengo poquito espacio, pero tengo una lombricera y aprovecho todo. Todos los plásticos, las bandejas de plumavit, los plásticos duros, no hay que usarlos, hay que tomar conciencia, porque uno mira tanta botella… allá al lado del huerto las enfardan y es tanto, yo no tomo bebida, esos pequeños gestos, ayudan a ir generando otra cultura, retomando esas formas de vida que hace poquito tiempo teníamos, compartiendo, nadie se encerraba, jugábamos en la calle, éramos tan felices, sin necesidad de plásticos”.

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